El verdugo del Estado de Derecho

Halinisky Sánchez
El Tiempo de Bogotá
25/06/09

Muchos gobernantes y autoridades hablan de la democracia y se autodenominan demócratas, pero con sus conductas desdicen de este sistema de gobierno y no descansan hasta socavarlo.
La democracia es un conjunto de principios que se consideran irrefutables y superiores a cualquiera otra forma de gobierno y donde además estos principios legitiman unos valores y obligan a las autoridades de la "Polis" a sujetarse a unas reglas de juego que garanticen la dignidad y los derechos fundamentales de quienes son gobernados.

En otras palabras, la democracia es un ideal que se concreta en el Estado de Derecho, que nuestra constitución política por la evolución histórica y filosófica del mundo occidental postsegunda guerra enuncia como "social" de derecho, que no es otra cosa que el sistema de gobierno legitimado electoralmente por los súbditos, para que las autoridades garanticen unas normas y ellas mismas en sus actuaciones no puedan separarse de esas normas.

Así las cosas, el Estado Social de Derecho que recrea nuestra Constitución no es un concepto subjetivo, sino una realidad objetiva y espiritual en la que supone primeramente las autoridades y el pueblo llano considera su garantía de existir y vivir en dignidad ejerciendo efectivamente sus derechos fundamentales: Vida, Honra, Libertad, Igualdad, Dignidad (que encierra el derecho a la salud, a la educación, al techo, a la propiedad, a la cultura, etc.).

El gran dilema o telóntalón de Aquiles de este Estado de Derecho radica en que es administrado por unos encargados que se denominan "gobierno", que no siempre están comprometidos con su supremacía y razón de ser, y lo que se conoce como Estado de Derecho fácilmente y paradójicamente con la favorabilidad y el apoyo del pueblo puede convertirse en una tiranía.

Pero antes de ser una tiranía o una dictadura, el Estado de Derecho puede, en virtud de su gobierno, dar paso a un Estado de opinión, como lo expresó el Presidente colombiano en una reunión diplomática con miembros de la realeza española: "Colombia está en la fase superior del Estado de Derecho, que es el Estado de opinión. Aquí las leyes no las determina el presidente de turno. Difícilmente las mayorías del Congreso. Todas son sometidas a un riguroso escrutinio popular, y finalmente a un riguroso escrutinio constitucional".

Pero se equivoca el presidente; el Estado de opinión no es ninguna fase superior del Estado de Derecho; todo lo contrario, es el síntoma más claro de su debilitamiento y posterior aniquilación, pues así como habíamos afirmado que el Estado de Derecho es un conjunto de principios y de valores objetivos que concretan y garantizan la participación y el ejercicio de los derechos esenciales, el Estado de opinión es un estado de emotividad de las mayorías que ciegamente confían en los postulados y decisiones del gobierno de turno, sin importar que estas decisiones pongan fin a los valores democráticos y la garantía de un Estado de Derecho.
La filosofía del Estado de opinión es aquella vieja de que la voz del pueblo es la voz de Dios; ojalá, pero no; la voz del pueblo no siempre es la voz de Dios, la voz del pueblo en el siglo 21 es la voz de los medios de comunicación y de los grupos de presión que puedan influenciar las decisiones de gobierno.

El Estado de opinión es Chávez cuando cierra los canales y estatiza empresas, o persigue opositores. El Estado de opinión es Colombia, donde un gobierno que rescató al país de la violencia generalizada mandara al traste a la democracia con el ánimo de perpetuarse en el poder. El Estado de opinión es aquel en el que millones votan en las urnas, más monopolizados por los medios u obnubilados por familias en acción, así después bajen al infierno con una sonrisa en los labios.

El Estado de opinión es la voz de la mayoría, que, para tragedia de los demócratas sinceros, no coincide siempre con el sentido supremo de la democracia.


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