La Tercera
José Rodríguez Elizondo
01/06/09
En su entrevista de ayer, Evo Morales dice, rotundo, lo que sus diplomáticos sólo decían con susurros: "La demanda (del Perú en La Haya) tiene como objetivo perjudicar a Chile y Bolivia en sus negociaciones".
Es la réplica de la dura afirmación de Alan García, según la cual Morales ya no estaría interesado en una salida al mar. De paso, muestra un nuevo diseño estratégico respecto a dicha aspiración marítima, que ya no pivotea sobre el supuesto bilateralismo consagrado en el tratado de 1929. Este, más bien, levantaba la amistad chileno-peruana sobre la "exclusión" de Bolivia.
En un libro de 2008, dicho actor supuso aviesas intenciones al analista, diciendo que se trataba de "una extraña interpretación ( ) teledirigida desde otros miradores" y orientada a descalificar su gestión personal. Asumía que a García no se le había pasado tal conexión por la cabeza.
Los hechos indican que Chile dejó de ser el exclusivo responsable de la mediterraneidad boliviana, pues los obstáculos reales los ha venido colocando -según Morales- la "permanente agresión" de García. Más que un sinceramiento sobre la trilateralidad del tema, esto es un traslado de culpas, que induce un vuelco histórico en el sistema geopolítico. Un éxito en diferido de aquella "política boliviana" de Chile que descansaba sobre la negociabilidad de Tacna y Arica. En esa línea, Bolivia desistiría de internacionalizar su tema y no pondría el énfasis en los traspasos de soberanía.
Aquí es donde Chile necesita políticas que sinteticen las grandes líneas de la Política y la Estrategia, pues plegarse al diseño de Morales sería asumir que la amistad de Bolivia puede equilibrar la enemistad del Perú.
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