Fernando Carrillo Flórez
El Espectador - Colombia
16-05-2009
QUE ANGELA MERKEL PROCLAME el relanzamiento de la economía social de mercado y que el Canciller de Francia afirme que Sarkozy es un presidente social y de izquierda explica algo el resultado poco inteligible de las últimas elecciones europeas. Con una cifra récord de abstención del 59%, mucho euroescepticismo y una obsesión por los temas locales, es cierto que la derecha ha ganado estas elecciones, pese a que su programa favorito —el neoliberalismo— ha sido señalado como el culpable principal de todo lo que le ha pasado a la economía mundial en los últimos meses. Gran paradoja pues debía ser el cuarto de hora de la izquierda, por lo cual habrá que postergar las exequias del capitalismo. Porque lo único nuevo es el regreso del Estado como motor del antídoto neokeynesiano contra la crisis.
Adam Przeworski ha demostrado que los gobiernos y los partidos pueden cambiar de políticas como de sombrero, aún para preservar los programas de gobiernos de otros partidos, siempre que funcionen en la práctica. La economía social de mercado como invención de la socialdemocracia europea atraviesa credos y colores ideológicos. Pero no hace mucho, el neoliberalismo era abrazado por los partidos de izquierda y los conservadores denigraban del big government. Hoy la política se diferencia pero las políticas son muy similares.
En los casos de Portugal, Gran Bretaña y España, las derrotas de los socialistas en el gobierno sólo corroboran que la ciudadanía no ha percibido claridad ni liderazgo en las políticas anticrisis; que se ha sufrido un gran desgaste después de 12 años de laborismo inglés; o que no ha habido respuestas inmediatas por el prurito de consensuar reformas, como Felipe González lo predica del caso español.
La construcción de la Europa social liquidó las divisiones entre izquierda y derecha y la socialdemocracia sostiene que la derecha le rapó la bandera social. Al mismo tiempo, la izquierda se ha quedado sin ideas, propuestas ni soluciones nuevas; sin discurso. En Francia, Daniel Cohn-Bendit, el niño terrible de mayo del 68, ha resucitado 40 años después con la bandera ecológica, a punto de sepultar al Partido Socialista en la peor crisis de identidad de su historia reciente.
Pero hay que ser cautos en la interpretación de la victoria de la derecha frente a América Latina. Porque la realidad actual es que ya 20 de los 27 de la Unión Europea son gobiernos de centro-derecha; y porque además se ha demostrado que este grupo es a veces más progresista y demócrata en términos prácticos que incluso la izquierda radical latinoamericana. La cara compleja de la moneda, esa sí nueva, es que habrá que comenzar a lidiar con visiones autoritarias y nacionalistas de una ultraderecha fanática antiinmigrante y anticooperación para el desarrollo, que ganó varios escaños en el Parlamento europeo.
La diferencia con la derecha e izquierda latinoamericanas consiste en que por los lados del trópico algunos no tienen reparos en desmantelar las instituciones, pasar por encima del Estado democrático de Derecho y desintegrar los frenos y contrapesos del sistema. Para no hablar de las políticas sociales devoradas por el virus letal del clientelismo al servicio del caudillismo.
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