Educación e innovación

Luis Solís Plaza
La Nación
25 - 06 -09

Desde la denominada "revolución de los pingüinos" se ha desarrollado una amplia discusión sobre cuál debe ser la educación que necesita Chile. El debate se ha generado por canales oficiales, creados en forma ad hoc a partir de las movilizaciones estudiantiles, y por otras instancias no oficiales, tan válidas como las anteriores. Sin embargo, la pregunta acerca de qué tipo de educación requerimos como país no es fácil de responder: cada actor coloca su interés sobre la mesa y desde esa base propone el tipo de educación que se necesita, lo que da como resultado una heterogeneidad -muchas veces confrontada- de propuestas.

Los países que han tenido éxito en sus planes de educación -Corea del Sur, Singapur y España, entre otros- lo han hecho sobre la base de dos ejes estratégicos: planes de largo plazo y homogeneidad en temas clave. La fortaleza en ciertas materias -como las matemáticas, el lenguaje, la física, la química y la biología- ha sido fundamental para el desarrollo de esas naciones. La enseñanza de tales asignaturas se hace con mucha profundidad y rigor (de otra forma es imposible lograr comprenderlas y disfrutarlas). ¿Pero por qué tanta importancia a estas materias? Porque son la plataforma para que los países puedan sentar las bases de su desarrollo científico.

Crear una masa crítica de estudiantes que privilegien el estudio de la ciencia es una condición sine qua non para contar con miles de ciudadanos que se inclinen por la innovación y apuesten por el emprendimiento, más que por la dependencia laboral.

¿Por qué se debe dar tanta importancia a una educación basada en la innovación? Porque es tal vez el único camino que permita diversificar los productos y servicios que tiene el país, lo que nos hace ser más competitivos, generando nuevos mercados tanto a nivel nacional como internacional. La innovación debe ser adoptada como una filosofía de vida, se debe incentivar y premiar a las personas innovadoras. Cuando se opta por la innovación se debe entrar en un espiral sin fin, porque el mundo está tan globalizado que cuando se descubre un producto o servicio nuevo, a poco andar ya es copiado. Conclusión: no se debe dejar de innovar nunca.

Los países, empresas e instituciones que innovan tienen no tan sólo la oportunidad de diferenciarse en los mercados donde compiten, sino que logran optimizar los recursos de tal forma que se produce una interesante baja de costos. Esto hace aún más atractivos los emprendimientos innovadores. En nuestras aulas es imperioso optar por el camino de la innovación y la ciencia, pero no cómo se hace hoy, donde de vez en cuando aparece un puñado de alumnos y profesores que nos sorprende y que de forma estoica intentan torcer el camino de una educación plana y falta de creatividad.

Si no comenzamos hoy a incentivar en nuestros niños y jóvenes la importancia de ser innovadores, seguiremos anclados a la dependencia tecnológica de los países ricos. Avanzar hacia una sociedad más equitativa y democrática requiere que los estudiantes de estratos socioeconómicos carentes de oportunidades accedan al conocimiento científico y la innovación. Más que en ricas y pobres, hoy las naciones se dividen entre las que poseen el conocimiento y aquellas que no lo tienen. Esta dicotomía perversa también se manifiesta al interior de cada Estado, entre los ciudadanos que acceden al conocimiento y aquellos que no pueden hacerlo. Los primeros crearán, emprenderán y se les abrirá todo un mundo de posibilidades; los segundos, sólo podrán servir a los primeros y además privarán al país de miles de compatriotas capaces de crear e innovar, impidiendo que nuestros productos o servicios circulen por el mundo. Hablar de una sociedad más justa y democrática necesariamente significa hablar de educación e innovación.

0 comentarios: