Gasto fiscal: ¿Hacia dónde vamos?

Rossana Costa
La Tercera
25 - 06 - 09

La caída del tipo de cambio es un golpe para una economía abierta como la nuestra, que dificultará la salida de la crisis, en la medida en que caen los retornos por nuestras exportaciones y que la industria sustituidora de importaciones pierde competitividad. El nivel del tipo de cambio multilateral está por debajo de su promedio, pese a que tenemos un déficit de cuenta corriente que ameritaría niveles más altos.

Tenemos dos causas. La primera de corto plazo, asociado a la venta masiva de divisas que escogió erróneamente Hacienda como estrategia de financiamiento. La segunda, asociado a una expansión del gasto público que como porcentaje del producto pasó desde el 18% en 2006 a 25% en 2009. Se trata de unos US$ 15 mil millones corrientes adicionales en sólo cuatro años.

Una acumulación bruta de ahorros por US$ 35 mil millones (en tres años), de los cuales US$ 10 mil millones se usaron para amortizar deuda, se explica por la bonanza del cobre, pero convive con monumentales pérdidas en empresas del Estado, con debilidades de gestión y una política de expansión del gasto como la señalada. Entonces, ¿cómo se explica un incremento del gasto público de 9,5% real en promedio, tasa que duplica el crecimiento del producto de tendencia, si teníamos una regla fiscal de prestigio inigualable?

La respuesta se ha buscado en la expansión contracíclica del gasto público en 2009 y en el paquete de medidas de enero. Pero hasta ahí había equilibrio estructural transitorio. Fue la decisión de gastar el mayor poder adquisitivo, consecuencia de la menor inflación, lo que llevó a rebajar el déficit estructural a 0,8% del producto (este es el déficit estructural de no mediar un oportuno cambio metodológico), nivel equivalente al alcanzado en 1999. Se decide ex ante no cumplir la meta y, por lo tanto, no es comparable con dispersiones ex post, fruto del mejor esfuerzo por cumplir.

La regla fiscal, que venía enferma, se fue a la UTI. Pasó a ser impredecible y, por lo tanto, ya no puede satisfacer el rol de orientar expectativas ni de frenar presiones futuras.

Pero el problema es anterior. Surge cuando se aceptó usar una serie de fórmulas contables ingeniosas. Frente a la crisis del transporte la respuesta fue dar crédito, incluso a las regiones que no tienen ingresos propios para reembolsarlos, lo que contablemente no se medía en el gasto del gobierno. Frente al incremento del precio del petróleo se usó el financiamiento a través de Enap con el mismo efecto. Un velo contable y una bonanza que creímos no terminaría. Algo así les pasó a los mercados en otras regiones.

La necesidad de renunciar a esos mecanismos (empujado por las circunstancias) y la crisis fueron una presión incontenible. Si revisamos la contabilidad e imputamos los gastos como y cuando corresponde, el incremento del gasto gubernamental en 2009 sería de 11,4%, bastante alto y aún por sobre el 10% de 2008, y el no despreciable 9,9% de 2007. Esta es la historia que, hasta hace poco, había pasado casi desapercibida.

A este gobierno se le va a honrar por haber ahorrado buena parte de la bonanza del cobre, pero no por un esfuerzo en el control del gasto ni en su eficiencia, así como tampoco por guardar especial respeto por la regla fiscal. Se le puede agradecer una solidez fiscal asociada a los ahorros que queden, pero se le mirará con más distancia cuando en unos meses se internalicen los efectos para el 2010.

El crecimiento del gasto público se frenará abruptamente y se revertirán algunas rebajas tributarias, en un período de leve repunte mundial, espacio que deberá ser llenado por un sector privado todavía débil.

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