Las interpelaciones parlamentarias

José Aldunate S.J.
LA NACION
14/09/2009

UNA RECIENTE interpelación hecha al ministro del Interior, Edmundo Pérez Yoma, ha encontrado publicidad en los medios de comunicación, en muchos de ellos no tanto por la importancia de los temas, sino por banales incidentes que llaman la atención de un público superficial. El tema principal eran los conflictos vinculados con la situación de la etnia mapuche. Los incidentes fueron los excesos verbales a que llevó la mentada interpelación.

Quisiera hablar sobre la institución misma de la interpelación y la forma como se verifica. Si la interpelación se encaminara a que el Congreso obtuviera información sobre la situación o la política del gobierno o de tal ministerio en algún campo, nada habría que objetar. Son importantes el diálogo y la transparencia entre el Ejecutivo y el Legislativo. Pero no me parece que el actual estilo de la interpelación logre la requerida comunicación.

Como espectador de la última interpelación, me sorprendió -casi espantó- la agresividad del interpelador. Más que preguntar, acusaba. Usaba un cierto humor, o más bien una ironía mordaz. Actuaba como un actor delante de un público... tendría que haber sido la tribuna. Se suponía que el ministro interpelado debía recibir el chaparrón con total estoicismo. En realidad, así fue.

Se me aclaró un tanto la película cuando se me informó que nuestras interpelaciones son una imitación de las que practica el Parlamento inglés. Diría entonces que son una mala imitación. Y esta vez tan incongruente resultó la interpelación que terminó a la chilena (en el sentido peyorativo: un diputado descontrolado que agrede al ministro e invectivas verbales irrepetibles). Un final publicitado con fruición por los medios de comunicación, que anuló toda la información que se podría haber recogido de lo que pudo exponer el ministro.

Con todo, encuentro una razón más profunda por la que fracasan las interpelaciones y otras formas de entendimiento. La oposición, por años, ha establecido un estilo contrario a su verdadera función: la de hacer oposición constructiva para el bien común del país. Desde el comienzo de los años de gobierno de Michelle Bachelet ha puesto sus ojos prioritariamente en el "desalojo". Desde un principio la Concertación estaba "fracasada", sólo valía preparar el relevo. De aquí la ciega crítica y constante agresión. Ésa fue la tónica general: admito que hay excepciones, y también incongruencias de parte de la Concertación.

El gobierno tuvo que buscar acuerdos fuera del Congreso, porque en él predominaba un diálogo de sordos. Notoriamente "diálogo de sordos" fueron ésta y las demás interpelaciones. Recordemos la acusación constitucional contra la ministra de Educación Yasna Provoste, en que el Congreso debía juzgar como organismo judicial "en conciencia". Fue manifiestamente un "juicio de sordos" y ella quedó sancionada como inhábil para cargos públicos.

Esperamos para nuestro bicentenario un milagro. El milagro de una buena Constitución, un nuevo Parlamento renovado. No sólo renovado en su personal, sino sobre todo en su espíritu. Deberá, entre otras cosas, reparar el paso fallido de no haber limitado la continuidad indefinida de senadores y diputados en sus puestos.

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