Encuesta CEP ¿el oráculo?

Gloria de la Fuente
La Tercera
17/06/09

Hace un par de días escribí en este espacio sobre los cuidados mínimos que, me parece, hay que tener, en el actual contexto, ante la proliferación de encuestas electorales. Ello, no sólo considerando sus aspectos técnicos, sino que también, reparando en la dimensión comunicacional que adquieren los estudios de opinión y, por tanto, su potencial capacidad de crear "realidades".

Ante el escándalo que provoca la aparición sin control de estudios que intentan medir la intención de voto, la respuesta recurrente - que yo misma señalé en el texto aludido- pareciera apuntar a la necesidad de regulación de dichos estudios.

No obstante, con el correr de los días y a propósito de la calidad casi de "oráculo" que parte importante de la clase política le ha dado a la encuesta CEP (hay que ver cómo todo parece estar paralizado hasta conocer sus resultados), es que me he ido convenciendo que el tema de las encuestas no pasa por una mayor o menor regulación. De hecho, en los países en que ello se ha implementado, no necesariamente disminuye el número de encuestas, sino que más bien se circunscriben a ciertos parámetros técnicos y éticos mínimos, que evidentemente mejoran la calidad del instrumento, pero no evitan su uso mediático y no contribuye tampoco a que la población pueda adquirir capacidades para distinguir mejor entre una y otra medición.
De esta manera, me parece que el problema es otro y más profundo. Andamos preocupados de las encuestas porque en realidad tenemos un vacío de contenido que ha sido muy difícil de llenar. Si no hay ideas, principios, ni programas que generen identidad y sentido, que movilicen grandes masas de electores o ciudadanos, andamos preocupados de los porcentajes, y de la foto de hoy que presumiblemente puede ser la imagen de mañana.

Por su parte, los medios de comunicación, en su permanente intento por construir agenda pública, nos van a inundar de titulares que intentarán instalar la sensación de triunfo o derrota de los candidatos una vez conocidas las encuestas, mientras que lo que de verdad importa es discutir si queremos que el próximo gobierno enfatice en el crecimiento o en la política social. Si queremos que el Estado se preocupe de la educación pública o garantice que muchos privados en su nombre la provean. Si queremos pagar más impuestos para que todos accedamos a mejores oportunidades, o bien queremos que cada uno reciba prestaciones sociales en función de su aporte al PIB. Si queremos abrir el sistema político para que exista mayor participación y mejor representación o queremos asegurar la gobernabilidad a costa de que sólo unos pocos decidan. Si estamos dispuestos a generar maquillaje para reformar el Estado o estamos disponibles para discutir las bases institucionales de nuestra democracia, heredadas de la Constitución de 1980. En esto, los candidatos tienen, sin duda, gran responsabilidad, por cuanto parte del desafío del liderazgo tiene que ver también con la capacidad de instalar su proyecto en la agenda pública. No basta con confrontar dos o tres ideas, hay que explicitar y hacer competir las visiones de mundo que están tras ellas.

En fin, me parece que la democracia chilena requiere nutrirse de aquellos temas que marcan la diferencia en los proyectos de país, no en la explicación de los puntos porcentuales de diferencia que expresan los estudios de opinión. Después de todo, las encuestas deben estar al servicio de la democracia y no la democracia al servicio de las encuestas... y me perdonarán, pero no creo que ninguno de estos estudios tenga la capacidad de convertirse en oráculo.

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